“Mi hijo le dice que no a todo”, “No me hace caso”, “Si le digo que no, se tira en el suelo a llorar”. Esas son las frases que normalmente escuchamos, por parte de los padres, cuando sus hijos tienen entre los dos y los cuatro años. Pero toda esa etapa que describen -de llantos, ira, frustraciones o rabietas intensas- tiene un nombre: el de berrinches o pataletas, algo totalmente normal en el desarrollo del niño y que últimamente se percibe de forma negativa, cuando no lo es.
“Podemos definir un berrinche como el comportamiento donde hay un desborde emocional, acompañado también de un desborde conductual”, explica Vanessa Muñoz de Colic, psicóloga infanto juvenil y especialista en temas de conducta infantil y crianza. Ese desborde puede estar seguido por el llanto o los gritos y siempre obedece a una causa, aunque a veces no sea muy coherente para nosotros los adultos. “Es muy común que un niño de dos años haga berrinches, porque es la forma de expresar molestia”, dice. “Aparte ellos no están maduros emocionalmente y, de hecho, las conexiones neurológicas tampoco están maduras para generar ese control emocional”.
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